A veces perderse a uno mismo en el palimpsesto de algún autor eterno es como ralentizar el tiempo, como pringarse de eternidad. Sólo que esta eternidad resulta siempre ser finita para uno, pues el tiempo ajeno, el frío, mecánico, positivista, de los relojes marcha rígido e ineluctable haciendo envejecer los ojos y emerger los cuerpos de la etérea nebulosa de las letras.
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