lunes, 4 de febrero de 2013

Una mano cualquiera

Sobre la piel, pequeños cortes que ahora son ausencias. He dejado Una novelita lumpen encima del portafolios, el de arriba; y como todo, ella me ha dejado a mí también. Siento pinchazos en el pecho, a veces latidos desubicados. Cuando tenía once años, o doce, mis padres y mis abuelos me decían que no era nada, que eso era flato. Tal vez. Ahora pienso que son burbujas, bolsas de vacío que des-aparecen en mi interior cuando la noche se traga el camino y tampoco me encuentro yo. No lo entiendo. Sin embargo, pienso que Emilio Lledó tiene razón: la memoria es la clave. Somos ella; en ella nos identificamos. Y desde ella crecemos, renacemos. Por eso evoqué aquella foto, aquella sorpresa y aquellas amenazas. Porque, conociéndome a mí mismo, al menos en el intento del regressus, he descubierto que son el motor de mi historia. Fuera de estas tres vicisitudes y de la genética, no sé si hay otros mimbres. Y ahora que me doy la espalda con mis ojos, diría que veo entre la niebla que las otras historias también caben en una mano de naipes.

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