martes, 26 de febrero de 2013
Tiempos
A veces perderse a uno mismo en el palimpsesto de algún autor eterno es como ralentizar el tiempo, como pringarse de eternidad. Sólo que esta eternidad resulta siempre ser finita para uno, pues el tiempo ajeno, el frío, mecánico, positivista, de los relojes marcha rígido e ineluctable haciendo envejecer los ojos y emerger los cuerpos de la etérea nebulosa de las letras.
lunes, 18 de febrero de 2013
Anonimia
Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. Negro. Blanco. El paso de cebra nos separaba al tiempo que nos unía en el espacio. Mi cabeza giraba, seguida levemente por el cuerpo, hacia donde venían los anónimos coches, acogiendo en su plenitud la caricia mortecina de los rayos de un Sol en consonancia vespertino. Sentía relajación en todo el cuerpo, como si esos rayos fuesen la corriente de un jacuzzi de calma, y no recuerdo que pensaba. A la suficiente distancia para no poder definirlos con claridad se acercaba una pareja y lo que parecía ser su hijo, en brazos del hombre. Él aparentaba tener más de cuarenta años, aunque no muchos más. Y ella... ella me recordó a alguien que ya había visto, una muchacha que debía de vivir en mi mismo pueblo. Una muchacha anónima, insignificante para mí. La escena me resultó como una premonición, como un flashforward hacia el futuro de esa chica cualquiera. Al llegar a la orilla de la acera, cuando yo daba mis últimos pasos hacia la misma, ella me miró. El hombre reía divertido con el niño que portaba entre sus brazos, mostrándome su perfil izquierdo, y ella, más allá, separada por un espacio de alrededor de un metro, recogía una sonrisa prieta que no ocultaba unos ojos turbados. Me miró, como cuando un niño aburrido de tanto juego mira por la ventana hacia la oscura tarde de un día lluvioso, no sé si buscándose en el reflejo de la ventana que eran mis gafas, o si encontrándome, subjetivo, otro, anónimo entre la niebla de una vigilia inescrutable.
domingo, 17 de febrero de 2013
Stop
Quiero encontrarme con el solaz. Pienso que la palabra es insuficiente. Lo fue en su día, pero dudo, y basta dudar para que las circunstancias avasallen. Quizá sean siempre necesarias para marcar el camino, pero creo que para recorrerlo hay que ser una emoción, una sensación. Que el camino se hace en silencio. Silente, mejor. Un camino tranquilo, relajado, distendido, silencioso. Paz. Quiero que acabe esta guerra incierta. No me importan las batallas ganadas ni el terreno recortado, ni la experiencia de los años ni las debilidades del enemigo. Sólo quiero solaz. Claudicar. Dejarlo todo e irme. Dejarlo todo y regresar. Retornar, volver sobre mis pasos, como Manolo García, pero los míos, los hechos por estos pies de griego, no los de mi padre, como pretendía el barcelonés. Escapar del alucinamiento y del espejismo intermitente, todo lo más que ofrecen las tinieblas del olvido. Como Jean Valjean, responderme quién soy, con todos los números. Quiero ver esos ojos estrábicos mirarme desde la aurora de mis tiempos hasta el ocaso del ayer. Who am I. ¿Un náufrago amnésico? La lengua española diferencia mediante los copulativos "ser" y "estar" el matiz aristotélico entre la esencia y el acto. Quién soy yo. Estoy naufragado. Y estoy amnésico. Pero quién soy yo. "¡¿Quién soy yo!? ¡24601!"
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jueves, 14 de febrero de 2013
Noche
En algún lugar entre el fondo de un vaso de trago corto sin fondo y la abertura por donde miro a través, se encuentra el sueño. No sé cómo he dado con él en esta noche eterna. Atrás ha quedado la retahíla gutural de Jelly Roll Morton declamando en el whisky y la resurrección de "los pasos perdidos". Atrás el insomnio palpitante, atrás el morir recalcitrante. Atrás mi mirar mirándome.
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jueves, 7 de febrero de 2013
Maldito Oliveira. Qué coño, ¡Que viva Latinoamérica!
La noria gira, pero yo estoy en pausa, confuso, sobre la cubierta de un barco a la deriva llamado Rocinante, bebiendo Chivas y oyendo el eco rasgado, lejano, casual, de Jelly Roll Morton; cauterizando heridas crónicas del alma y evocando atavismos. El temporal de fuera metaforiza el de dentro. Inquietos ambos (o el único, pues quizá sean el mismo), veleidosos. Ocasionalmente clarea y respiro la calma de la tregua en el "1, 2, 3, 4, 5 y ¡6!" de una niña en la escalera o en el regalo de un amigo que me aviva. A mí y a la Llama. ¡Oh, Dios! Una eternidad de esas que duran un momento en una mirada correspondida. No hay Zeus que resista eso.
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lunes, 4 de febrero de 2013
Una mano cualquiera
Sobre la piel, pequeños cortes que ahora son ausencias. He dejado Una novelita lumpen encima del portafolios, el de arriba; y como todo, ella me ha dejado a mí también. Siento pinchazos en el pecho, a veces latidos desubicados. Cuando tenía once años, o doce, mis padres y mis abuelos me decían que no era nada, que eso era flato. Tal vez. Ahora pienso que son burbujas, bolsas de vacío que des-aparecen en mi interior cuando la noche se traga el camino y tampoco me encuentro yo. No lo entiendo. Sin embargo, pienso que Emilio Lledó tiene razón: la memoria es la clave. Somos ella; en ella nos identificamos. Y desde ella crecemos, renacemos. Por eso evoqué aquella foto, aquella sorpresa y aquellas amenazas. Porque, conociéndome a mí mismo, al menos en el intento del regressus, he descubierto que son el motor de mi historia. Fuera de estas tres vicisitudes y de la genética, no sé si hay otros mimbres. Y ahora que me doy la espalda con mis ojos, diría que veo entre la niebla que las otras historias también caben en una mano de naipes.
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