De súbito sentí. Lo sentí. Luces, colores, el murmullo uniforme de las voces… todo se me entregaba con plenitud, permeando allende mis umbrales hasta el tuétano. También la pareja que subía a duras penas el único peldaño de la tarima. No hubo expectación, pero sí un desborde de lágrimas que arrasó con las presas de la indiferencia. Y no fue entonces cuando lo sentí, el momento, el instante, la vida, lo que es, pero quizá aquello destruyera todo obstáculo entre el fondo y lo sensacional. Algo después se me apareció él por sí solo en todo su esplendor, en toda su magnificencia. Desnudo, quedé prendado. Pensé que desde algún lugar y tiempo donde en verdad estaba recordaba todo aquello con tanta intensidad que sentía que volvía a vivirlo. Me supe viejo, acabado, indefenso ante el rodillo de las horas. La nostalgia por aquel momento que recordaba en perfecta simultaneidad con su existencia y percepción inundó mis ojos.
-Míralo, si se ha emocionado… -apuntó divertida la voz de otro comensal.
-Por enésima vez tengo la oportunidad de vivir este momento eterno –quise responder-. Por enésima vez vuelvo aquí, al ahora, al fluir, a la vida. Por enésima vez me abandona, aburrida, la muerte, ahora acaso sentada en la barra de algún bar, esperando que calle la canción y volvamos, una vez más, a la mar.
Me he enamorado de este texto. No digo más.
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