domingo, 18 de diciembre de 2011

Billete de ida

(Foto tomada de: heidegger-and-time.wikispaces.com)

"Green is the colour" y mi trazo es errático. Frío, vacío, casi inocuo. Como una gaviota que mancha el cielo de esa playa, efímero, un pensamiento mancha mi racionalidad con un "y ya no necesitas diccionario". Es irracional; puramente inconsciente. ¡Por supuesto que necesito el diccionario! Y más que eso. Necesito otro método. Necesitamos otro método. Ayer, ese ayer tan finito como mi existencia, en un instante cualquiera que se repite hasta el infinito, mi vida coge un tren hacia el olvido con un billete de ida, pero no de vuelta. Un incontable tiempo después sigo lejos, muy lejos. Ellos siguen lejos, muy lejos. Quizá sirva una mirada, un gesto, una caricia. Ojalá... ¡Ojalá!
Ni la verdad mata la fe.
Ni la verdad mate al amor.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Bajo lo elemental de lo infinito

Cristo redentor que en la historia haces dudar, baja de la incertidumbre y sálvanos del barro del cual tu padre nos hizo; líbranos de nuestra falsa libertad y de nuestro irrevocable destino; derroca al mal artesano de tu padre que permitió el mal y el dolor y la sangre y las fronteras y el hambre y la guerra y el desamor. Crea la luz que prometió en sus primeros balbuceos.

Hacia dónde va esta humanidad que no salvó la ilustración. Hacia donde va el género cuyo rumbo no vaticinó el Kant de lo nouménico (donde quizá yazca ahora tras la ignorancia del cruel fenómeno que somos, viles gusanos con miembros de rata que apartamos la vista del dolor de nuestros hermanos traicionados por unos yoes del pasado padres del hoy y abuelos del mañana.). Hacia donde va la conciencia cuando el corazón se cansa de darle oportunidades a latidos de tiempo postrero.
¿Somos culpables de nosotros mismos o, por el contrario, víctimas de un destino escrito por un Dios joven y caprichoso con una pluma marca Teoría M? Si las autovías tienen tramos sin luz, qué van a tener las sendas perdidas entre la relatividad del espacio y del tiempo donde todos peregrinamos vagando errantes y sin rumbo.
No somos más que retales de nada confundidos en la bastedad del infinito.
Divisiones de un instante de cualquier reloj longevo.
Suspiros en brisa de un mar milenario.
Lágrimas enamoradas que se buscan entre la lluvia.

La parte de nada que le concierne al todo.

Nada.

lunes, 24 de octubre de 2011

El árbol de nuestras manos

Tan siquiera yendo de luto, los fantasmas del ayer arman un escándalo en el entierro del último día. La voz del íntimo amigo que divaga con un emotivo monólogo es una idea abstracta que se mimetiza en las mentes de los creyentes, incapaces de captar los sonidos que emanan vanos de su boca. Cada fonema, cada golpe de voz, es un hecho que la relatividad hace insignificante matándolo nada más nacer, entregándolo a los brazos del olvido, de la nada. El hecho en sí, con todo lo que simboliza, parece una metáfora de la naturaleza del muerto, que llegó a serlo sin la oportunidad de dejar su imprenta en ese mundo en el que murió. Más cabe esperar de su hijo, pues del hijo siempre se espera más de lo que fue el padre, como si todo hijo fuese la versión perfeccionada de todo padre. Pero es una espera estéril: los fantasmas que en esta oscura noche profanan el último adiós del pasado día amargarán la primavera de su hijo e impedirán que su destino llegue jamás a cumplirse. Cuántas muertes son traiciones de alguna ley inerte que no deja vivir. Cuántas vidas son viajes de ida hacia el vivir que terminan antes de llegar a meta. Cuántos días, como el que yace tras de mí, no se apagarán al ser acariciados por las lágrimas de la nostalgia.
La vida es el regocijo de una muerte constante.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ave, tiránico sentir

A ti me confieso, pequeño recuadro blanco que siempre estás dispuesto a escucharme. Confieso que he pecado y que, según las leyes de la razón, sigo haciéndolo. Junto a los pecados, confieso que he yerrado, y es incontable en cantidad. A fuerza de hacerlo, descubrí hace no demasiado tiempo que solo la razón y el pensamiento son capaces de guiarnos a todos hacia el camino idóneo. No obstante, con el tiempo el sentimiento le ha vuelto a ganar la partida al razonamiento y ahora hablo desde el calabozo de su palacio. Si por él fuera, me entregaría en cuerpo y alma a lo sentido, daría mis brazos, mis piernas y mi piel por su faro, dejaría atrás cuanto hiciera falta por llegar. Pero el sentimiento es impulsivo y multiforme, es egoista y caprichoso; es, especialmente, descerebrado y, como tal, carente de planes, ideas, orden... Su movimiento es errático; su hacer induce a error. No es el mejor de los líderes, desde luego. Pero es tan potente...
Ahora daría todo, la vida entera, por lo que siento. Es estúpido. Es jodidamente descabellado. Pero... mierda, sé que es así.
Ahora daría el universo por ella.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Pétalos de rosa por hojas de boj.

Un pie hacia adelante. Un paso. La brusca colisión con el suelo, totalmente cubierto de ceniza, polvo y lágrimas, provoca una onda expansiva que se riza hacia el cielo hasta disiparse en el ambiente. El olor es una mezcla entre putrefacción y quemado. La vista... la vista es escalofriante. Antes de cerrar aquel metafórico libro no pensaba que, después de hacerlo, me vería en aquel erial huésped de tanta destrucción. Ignoré, mientras lo leía, que el cerebro humano está preparado para adaptar al hombre a todas las circunstancias y en periodos de tiempo muy cortos, y, por tanto, ignoré que la vuelta a la realidad sería difícil de afrontar, al margen de todas las enseñanzas, de todas las vivencias, de todos los pensamientos. Doy un paseo por el cementerio de esperanzas, amores, buenas acciones, imágenes, promesas... La ceniza ya casi me envuelve; mis pies hacen estragos en la tranquilidad de las capas más superficiales del desierto. De vez en cuando una flecha negra surca los cielos, como si fuera una estrella fugaz, y busca con su puntiaguda cabeza el hueco donde antes tenía mi corazón, olvidando que no estoy en posesión de él desde hace ya bastante tiempo. Aún así, duele; la espalda se arquea, el cuerpo se contrae, la piel se abre y la sangre brota. Y no hay lágrimas, ni maldiciones, ni paredes que golpear; sabido tengo que de nada sirve y que menos lo merezco. ¡Este era mi Edén! ¡Este era mi horizonte, mi ojo derecho, mi vida! ¡Y mi jodida piromanía lo consumió! ¡¿Por qué no se llevó también mi vida?! Me ha tocado cambiar pétalos de rosa por hojas de boj. La estupidez es suma. El arrepentimiento, mi pan.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La otra

Nunca había respirado así. Recuerdo que lo pensé también en aquel momento, a parte de sentirlo. El aire, cargado de oxígeno y humedad, entraba fluido y poderosamente por las fosas nasales hasta llegar a los pulmones, hinchándolos como si fueran globos. Aquello era la montaña, me dije. "La montaña te da humildad", dijo una vez un sabio. La montaña, que en aquel momento era baja, frondosa y fresca, me estaba enguyendo con sus abruptas sendas y me estaba haciendo ver que allí, en ella, quien mandaba no era yo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Perlas de rocío dentro de un paréntesis.

Tres días. Menos. Dos noches y, en suma, dos días. La promesa que me convenció para gastarlos en un viaje por la "España profunda" no se cumplía, pero ser agradecido, prudente y algo asqueado con uno mismo puede llevarte a bajar la cabeza y apretar los dientes contra tu propia voluntad. Así fue, y parece que Dios, o el azar, o Buda, o el que esté, quiso recompensar mi paciencia y estoicismo con el cumplimiento de lo prometido.
Nos soltaron, a mí y a él (pues dos éramos los salvajes, de siete que éramos), como a dos perros a los que se les acaba de quitar la correa frente a un inmenso campo abierto donde dar rienda suelta a sus ansias de libertad. Los otros cinco quedaron, en parte por material, sobretodo por falta de ganas. Simpleza. Lástima. Él y yo nos miramos apenas un instante, como de duda, de duda traidora, vestigio de una estupidez aún latente o síntoma de la misma enfermedad que se recontagia de nuevo al contacto con los infectados. Pero fue un instante. Tras él, la coherencia y el buen amor, el amor a la vida, a las cosas, a los momentos, al tiempo, venció y dictó.
El camino era costalero, inclinado muy suavemente hacia una derecha que daba al cauce de un arroyo estacional. Como haciéndonos un pasillo, filas de arbustos de gran envergadura quedaban a un lado y otro de la senda, que de ancha que era servía también a vehículos pesados. A nuestro pies, la arcilla almendrada de guijarros estaba moldeada por el paso de los neumáticos. Delante, como senos de mujer, dos montes se alzaban suavemente hacia el cielo impulsando con ellos ordas de pinos con acículas de buen año.
Algo más adelante, no mucho después, dimos con un merendero que vivía a la sombra de enormes árboles cuya especie ni recuerdo. En él vi una instantánea perfecta. Llevaba vida, llevaba muerte, luz, sombra, perspectiva, caos y armonía. Fue tan perfecta, que haberla pillado con mi pobre cámara hubiera pervertido el momento hasta hacerlo recordar menos de lo que fue. A la derecha conforme ascendíamos, un caño de agua fresca y natural que nos dio más tiempo de recorrido; al frente, una mesa flanqueada por bancos, todo de madera, servía de lienzo para una firma de otros peregrinos de la montaña que pasaron por allí no mucho tiempo antes que nosotros. Él se percató, y yo en él algo de inquietud existencial, algo de profundidad, de ese humanismo agónico que engendra arte y destruye ciencia. Él, que es ingeniero de multimedia.
Atrás quedó el merendero, de igual modo que la zona de talado que le seguía. Arbustos irregulares, matojos aplastados, tocones enanos, troncos apilados... así era aquel cementerio de árboles. Nada particular, pues. Más hacia delante, ni sé si sur, norte, oeste o este, estaba la ascensión de la cresta más cercana. Fue semi-rodeada, porque una subida en línea recta huibiera pulverizado la resistencia de nuestros gemelos y de nuestros adormecidos ánimos, lo que nos llevó más tiempo y más experiencias.
Y, arriba, el instante. El momento, el alma del viaje. Si fue tedioso hasta entonces, si las penas me acompañaron más de lo que deseé y mis ánimos decaían progresivamente, aquella aparición, aquel regalo de los cielos o de las casualidades de esta vida que vivo, fue el producto por el que pagué en verdad. Fue una flor. Una simple flor. Resplandecían sus rosas y fucsias entre una maraña de bajos arbustos que la protegían de miradas indiscretas o de manos demasiado bastas, y fue para mi vista como fue el aire puro de la montaña para mis pulmones. Más. Me acerqué a ella y la toqué. O no, no lo recuerdo. Recuerdo que la rodeé, asombrado, sintiendo el momento y sacando en él cosas que, si bien me habían acompañado hasta entonces dentro, muy adentro, no veían la luz del sol desde días atrás y que guiaron mi pensamiento hacia una posibilidad de llevármela y mis manos hacia la coherente decisión de robarle su imagen con una foto perversa. Fue mi regalo. Su regalo. El instante de descubrimiento bien vale un viaje. Bien vale una vida; cosas así son las que la hacen habitable. Son las que la hacen posible.

domingo, 31 de julio de 2011

Y a la derecha, el olivo.

Hay una piscina, y algo más allá, hacia la derecha, un olivo más viejo que yo.
Más viejo que yo... me ha visto crecer desde las alturas. Cómo me caía con la bicicleta, cómo pateaba los escombros de la vieja piscina, cómo peinaba los perros en la víspera de su ficticia boda; cómo reía, cantaba e imaginaba con mi inseparable compañera de viajes, ambos medio en cueros, apenas tapando nuestras (todavía sin serlo) vergüenzas con un llamativo slip de verano...
El pasado me asalta desde la sombra de aquel olivo y se me tira al cuello, causándome este nudo que aún me dura. Pero no viene solo. No viene solo... a su lado, un montaje, un mísero proyecto de futuro, un amasijo de ideas, sueños y esperanzas rotas camina vacilante y bailoteando sus miembros hacia mi, pero este no para cogerme el cuello, este para exprimirme la cabeza y hacerse un zumo con mis lágrimas, saladas, y saladas porque han de ser algo, y dulce no iba a ser, yo, frió, distante, insensible, inhumano, animal... ¡Sálvame, olivo! ¡Sálvame de mí, tú, que me has visto crecer, que me has visto errar, yerrar, caer y hasta despeñarme cuesta abajo pelando mi piel! ¡Dime qué no he de hacer que mi cerebro ya no recuerda! O, al menos, sigue ahí, vigilante, protector. Ojalá pudiera llevarte a cuestas, ojalá te pudiera echar a mi espalda para decirme qué es bueno y qué es malo, qué tengo que hacer y qué no; ojalá tú supieras cómo volver atrás en el tiempo, a aquellos veranos de juegos y risas inocentes, a aquellos tiempos en los que el mayor traspié era el que te dabas bajando a toda prisa por la empedrada cuesta, engendro de una rambla...

sábado, 30 de julio de 2011

Derecho de veto

Noche novata. El bochorno que me envuelve es insignificante, pasajero. El dolor físico, el cansancio, el relieve del dorso de mi mano, pura superficialidad. La llaga de dentro ahoga el grito de desesperación de mi hueso y sus escoltas, que quedan como simples teloneros de un espectáculo lúgubre, estremecedor y repetido. ¿Segunda sesión? No lo sé, la verdad. Quizá alguna más, pero recuerdo especialmente la anterior. Es como los Simpson, siempre sacas algo nuevo del mismo capítulo cuando lo ves repetido, incluso cuando lo es por enésima vez. ¿Y con qué no? pasa con los libros, las películas, las imágenes, las personas... nada es conocido del todo. Ni siquiera uno mismo. El azar, la ley causa-efecto, cada uno por su lado o en armonía, retuercen nuestra existencia hasta hacernos ser lo que no creíamos ser o hacernos ver lo que no creíamos que pudieramos llegar a ver. Y, aún con todo... hay decisión. Hay un último momento, un punto de inflexión, en el que el "si" o el "no" tan solo están influidos por las circunstancias pero no son decididos por ellas. El "yo", el "uno mismo", el sujeto pensante y actuante, es el rey, el jefe, el dueño del dedo que aprieta el botón. Si cede, a pesar, es que es un mal rey. Es débil. Es manipulable. Es infiel a sí mismo. Querrá morirse...
Ese botón sirve para destruir el entorno. Y el entorno somos nosotros. Yo soy el entorno.
Aprieto el botón y me destruyo a mí.
Soy autodestructivo.
Soy Tihina Spectabilis.