domingo, 31 de julio de 2011

Y a la derecha, el olivo.

Hay una piscina, y algo más allá, hacia la derecha, un olivo más viejo que yo.
Más viejo que yo... me ha visto crecer desde las alturas. Cómo me caía con la bicicleta, cómo pateaba los escombros de la vieja piscina, cómo peinaba los perros en la víspera de su ficticia boda; cómo reía, cantaba e imaginaba con mi inseparable compañera de viajes, ambos medio en cueros, apenas tapando nuestras (todavía sin serlo) vergüenzas con un llamativo slip de verano...
El pasado me asalta desde la sombra de aquel olivo y se me tira al cuello, causándome este nudo que aún me dura. Pero no viene solo. No viene solo... a su lado, un montaje, un mísero proyecto de futuro, un amasijo de ideas, sueños y esperanzas rotas camina vacilante y bailoteando sus miembros hacia mi, pero este no para cogerme el cuello, este para exprimirme la cabeza y hacerse un zumo con mis lágrimas, saladas, y saladas porque han de ser algo, y dulce no iba a ser, yo, frió, distante, insensible, inhumano, animal... ¡Sálvame, olivo! ¡Sálvame de mí, tú, que me has visto crecer, que me has visto errar, yerrar, caer y hasta despeñarme cuesta abajo pelando mi piel! ¡Dime qué no he de hacer que mi cerebro ya no recuerda! O, al menos, sigue ahí, vigilante, protector. Ojalá pudiera llevarte a cuestas, ojalá te pudiera echar a mi espalda para decirme qué es bueno y qué es malo, qué tengo que hacer y qué no; ojalá tú supieras cómo volver atrás en el tiempo, a aquellos veranos de juegos y risas inocentes, a aquellos tiempos en los que el mayor traspié era el que te dabas bajando a toda prisa por la empedrada cuesta, engendro de una rambla...

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