sábado, 30 de julio de 2011

Derecho de veto

Noche novata. El bochorno que me envuelve es insignificante, pasajero. El dolor físico, el cansancio, el relieve del dorso de mi mano, pura superficialidad. La llaga de dentro ahoga el grito de desesperación de mi hueso y sus escoltas, que quedan como simples teloneros de un espectáculo lúgubre, estremecedor y repetido. ¿Segunda sesión? No lo sé, la verdad. Quizá alguna más, pero recuerdo especialmente la anterior. Es como los Simpson, siempre sacas algo nuevo del mismo capítulo cuando lo ves repetido, incluso cuando lo es por enésima vez. ¿Y con qué no? pasa con los libros, las películas, las imágenes, las personas... nada es conocido del todo. Ni siquiera uno mismo. El azar, la ley causa-efecto, cada uno por su lado o en armonía, retuercen nuestra existencia hasta hacernos ser lo que no creíamos ser o hacernos ver lo que no creíamos que pudieramos llegar a ver. Y, aún con todo... hay decisión. Hay un último momento, un punto de inflexión, en el que el "si" o el "no" tan solo están influidos por las circunstancias pero no son decididos por ellas. El "yo", el "uno mismo", el sujeto pensante y actuante, es el rey, el jefe, el dueño del dedo que aprieta el botón. Si cede, a pesar, es que es un mal rey. Es débil. Es manipulable. Es infiel a sí mismo. Querrá morirse...
Ese botón sirve para destruir el entorno. Y el entorno somos nosotros. Yo soy el entorno.
Aprieto el botón y me destruyo a mí.
Soy autodestructivo.
Soy Tihina Spectabilis.

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