miércoles, 13 de agosto de 2014

PRINCESA

Su nombre fue Princesa, acaso por ser la primera; quizá, para serla; probablemente, por su nave mosaica, su origen oceánico, sus ojos de África. Ignorante, errática y casual, fue salvada de las aguas junto con otros 899 niños, de los cuales era y siempre será princesa. Sólo ella puede saber los fenómenos meteorológicos, marítimos y biológicos que la envolvieron durante el tiempo que vagó a la deriva de un mar confuso y de designios inescrutables. Qué clase de seres marinos la observaron, cuántos barcos la ignoraron en la distancia, cuántas pateras atestadas de hermanos sucumbieron a los arrebatos de la mar terrible. Una madre la vio partir y se partió. Los medios nunca conocieron su nombre. Clamó a la mar y al cielo y al dios que fuera mientras la vio, intermitente, en el vaivén del oleaje, hasta que sólo fue una mancha incierta, un punto, nada. Fue entonces cuando supo, por el Sol en sus brazos y la arena bajo sus dedos, que viviría; y aún confiaba en ello cuando, mucho tiempo después, sintió el olor a cera fría de la muerte. Su recuerdo en la niña que vivió fue fantástico, onírico, nocturno. Adoleció anhelos inciertos y se vengó durante años de unos padres vitales que amaron su inocencia original, su desgracia ingénita y su gracia de amorcillo de bronce que emocionó a un país el par de días que la recordó. Una ilimitada niebla de incertidumbres oculta su vida más allá de aquellos años. Probó, luchó, cayó, quemó, viajó, amó, odió, lloró, descubrió. Volvió. Perdonó. Perdió. Sólo unas pocas de las vidas posibles permiten que conozcamos la verdadera historia. Probablemente, será ignorada, olvidada.

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