sábado, 23 de agosto de 2014

Antes del amanecer

Caía la noche cuando Ben Arual y los seis fugitivos entraron en el bosque de amapolas. En aquél lugar somnífero, de tierra granulosa y Luna oscura, fueron, naturalmente, adormecidos por los olores. Olvidaron por qué estaban allí y hasta quiénes eran. Tras capturarlos, una sombra ignorada los apresó entre las paredes infranqueables de la cárcel del Este, en celdas particulares donde el suelo era de plumas y donde un reloj marcaba siempre las cinco y cuarenta y tres. Gracias a sus poderes oníricos, Ben Arual escapó de la prisión pasados dos días de noche infinita. Inconsciente, caminó hacia el oeste bajo la sombra profunda de la cara oscura de la Luna. En algún momento halló un río de aguas etéreas cuyo curso siguió satisfecho; pasado un tiempo inexacto, tuvo sed y se arrodilló frente al río. Al sumergir sus manos en él, el agua etérea, de un frío celeste, le abrasó la piel . Desesperanzado, imaginó su rostro ajado en la cuenca de un oasis marchito y supo que no podía amanecer hasta salvar a los seis fugitivos. La leyenda supone que volvió y que triunfó. Un hecho resulta indudable: cuando el último de los seis fugitivos desapareció por encima de las paredes infranqueables, vio de reojo el rostro flamígero del demonio y recordó otro sueño; otra noche. Todavía no había amanecido cuando le confesó a su atribulado padre, Ben Oetam, que no podía huir; tampoco, cuando se subió a un coche con cinco perros para no volver y apagar las llamas del demonio con agua y arena.

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