jueves, 14 de agosto de 2014

Leteos verdes

Diez años después, cuando regresó, al contrario que a cualquier histórico vecino sedentario, le pareció que todo, aquella fortaleza tardía, aquellas casas de cal y aquella rambla donde calló hacía años, había encogido. La brisa devolvió las primeras hojas muertas del otoño y supo, aunque más tarde lo olvidaría, que ese no era su pueblo y que jamás volvería a verlo. Todo lo demás fueron reencuentros familiares, avituallamientos de nostalgias, remanentes de amistades. Vio, como siempre, las bandadas de vencejos levantar el vuelo en los olivos y percibió, extraño, que nunca se había ido. Bebió del caño frío, comió de la res tibia. Ignoró casi todo, incluso la estampa imborrable que, medio siglo después, quedaría impresa en la memoria de su primer nieto; el valle pardo, el Sol poniente, las casas de cal, la fortaleza tardía. Recordó, clandestino, la mano húmeda y prohibida de aquella niña olvidada; la primera tarde en que su amor sometió a su timidez inamovible. Luego, despedidas circunstanciales, partidas apresuradas, leteos. 

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