sábado, 23 de agosto de 2014

Antes del amanecer

Caía la noche cuando Ben Arual y los seis fugitivos entraron en el bosque de amapolas. En aquél lugar somnífero, de tierra granulosa y Luna oscura, fueron, naturalmente, adormecidos por los olores. Olvidaron por qué estaban allí y hasta quiénes eran. Tras capturarlos, una sombra ignorada los apresó entre las paredes infranqueables de la cárcel del Este, en celdas particulares donde el suelo era de plumas y donde un reloj marcaba siempre las cinco y cuarenta y tres. Gracias a sus poderes oníricos, Ben Arual escapó de la prisión pasados dos días de noche infinita. Inconsciente, caminó hacia el oeste bajo la sombra profunda de la cara oscura de la Luna. En algún momento halló un río de aguas etéreas cuyo curso siguió satisfecho; pasado un tiempo inexacto, tuvo sed y se arrodilló frente al río. Al sumergir sus manos en él, el agua etérea, de un frío celeste, le abrasó la piel . Desesperanzado, imaginó su rostro ajado en la cuenca de un oasis marchito y supo que no podía amanecer hasta salvar a los seis fugitivos. La leyenda supone que volvió y que triunfó. Un hecho resulta indudable: cuando el último de los seis fugitivos desapareció por encima de las paredes infranqueables, vio de reojo el rostro flamígero del demonio y recordó otro sueño; otra noche. Todavía no había amanecido cuando le confesó a su atribulado padre, Ben Oetam, que no podía huir; tampoco, cuando se subió a un coche con cinco perros para no volver y apagar las llamas del demonio con agua y arena.

jueves, 14 de agosto de 2014

Leteos verdes

Diez años después, cuando regresó, al contrario que a cualquier histórico vecino sedentario, le pareció que todo, aquella fortaleza tardía, aquellas casas de cal y aquella rambla donde calló hacía años, había encogido. La brisa devolvió las primeras hojas muertas del otoño y supo, aunque más tarde lo olvidaría, que ese no era su pueblo y que jamás volvería a verlo. Todo lo demás fueron reencuentros familiares, avituallamientos de nostalgias, remanentes de amistades. Vio, como siempre, las bandadas de vencejos levantar el vuelo en los olivos y percibió, extraño, que nunca se había ido. Bebió del caño frío, comió de la res tibia. Ignoró casi todo, incluso la estampa imborrable que, medio siglo después, quedaría impresa en la memoria de su primer nieto; el valle pardo, el Sol poniente, las casas de cal, la fortaleza tardía. Recordó, clandestino, la mano húmeda y prohibida de aquella niña olvidada; la primera tarde en que su amor sometió a su timidez inamovible. Luego, despedidas circunstanciales, partidas apresuradas, leteos. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

PRINCESA

Su nombre fue Princesa, acaso por ser la primera; quizá, para serla; probablemente, por su nave mosaica, su origen oceánico, sus ojos de África. Ignorante, errática y casual, fue salvada de las aguas junto con otros 899 niños, de los cuales era y siempre será princesa. Sólo ella puede saber los fenómenos meteorológicos, marítimos y biológicos que la envolvieron durante el tiempo que vagó a la deriva de un mar confuso y de designios inescrutables. Qué clase de seres marinos la observaron, cuántos barcos la ignoraron en la distancia, cuántas pateras atestadas de hermanos sucumbieron a los arrebatos de la mar terrible. Una madre la vio partir y se partió. Los medios nunca conocieron su nombre. Clamó a la mar y al cielo y al dios que fuera mientras la vio, intermitente, en el vaivén del oleaje, hasta que sólo fue una mancha incierta, un punto, nada. Fue entonces cuando supo, por el Sol en sus brazos y la arena bajo sus dedos, que viviría; y aún confiaba en ello cuando, mucho tiempo después, sintió el olor a cera fría de la muerte. Su recuerdo en la niña que vivió fue fantástico, onírico, nocturno. Adoleció anhelos inciertos y se vengó durante años de unos padres vitales que amaron su inocencia original, su desgracia ingénita y su gracia de amorcillo de bronce que emocionó a un país el par de días que la recordó. Una ilimitada niebla de incertidumbres oculta su vida más allá de aquellos años. Probó, luchó, cayó, quemó, viajó, amó, odió, lloró, descubrió. Volvió. Perdonó. Perdió. Sólo unas pocas de las vidas posibles permiten que conozcamos la verdadera historia. Probablemente, será ignorada, olvidada.

sábado, 2 de agosto de 2014

Ojos de búho

Hoy recuerdo la mirada, displicente y sobrecogedora, de un búho real bajo un tenderete de la más vieja Santa Pola, frente al fuerte ignorado. Sus ojos, ámbar o limón, me encantaron durante unos minutos inciertos y únicamente la Luna menguante pudo salvarme de la hipnosis; Luna y búho confabularon la pintura de aquella noche perdida que ha regresado, traída por la curiosidad de los colores y de las aves posibles de Ontinyent. Entonces yo no pensaba en The White Album, que hoy acompaña, anacrónico y casi adictivo, el recuerdo de aquella noche.

viernes, 1 de agosto de 2014

pelos de vaso

El significado personal de tres pelos, posiblemente felinos, en el exterior de un vaso de flojo ruso blanco que se acaba, es el de la vida. También resuena Wrong, Fragile Tension, Little Soul; banda sonora casual de una semana de descubrimientos, de retornos, de encuentros, de historia. Escucharía el teclado sintético de Depeche Mode ilimitadamente, pero un extraño reclamo de cervezas y risa, de vida, se adhiere al sofoco veraniego para salir a la brisa, tan muerta en este patio proletario donde lo único que corre son las hormigas y la señorita de los pelos de mi vaso de ruso blanco.