Antes
el mundo era justamente tal como era. Ahora sé que el mundo no es sólo así, y
sé también que lo que yo creía que era tan sólo el mundo era, en realidad, un lugar
oscuro, húmedo y estrecho. Todos esto lo ignoraba yo absolutamente hasta que
salí afuera. ¡El mundo es también el afuera! Un lugar cegador, seco y amplio. A
menudo revolotean en él seres ignotos, algo más pequeños que yo, como buscando
algo. Me queda la sensación de que aquí todo ser va como en busca de algo. En
el interior, de donde yo vengo (ya es la tercera vez que pronuncio esa extraña
palabra: “yo”), nadie busca nada; todo está en todas partes: la humedad, las
sales, la oscuridad, la vida que nos da la nuestra. En el afuera apenas hay
algo de todo esto, y está como perdido entre tanto vacío.
El
suelo es el mismo, y me reconforta; me da un miedo atroz imaginar que
desaparece y me suspendo en el aire como esos seres erráticos que vuelan nadie
sabe a dónde. ¿Nadie? En la distancia, siempre a lo lejos, pues parece que mi
presencia les aterra tanto a ellos como a mí la suya, he vislumbrado otros
seres. Caminan despacio, como para pasar desapercibidos. Calculo que son, como
los seres que revolotean, más pequeños que yo; si bien no tanto como éstos.
Viven aislados, escondidos; buscan, como los que son de donde vengo, la
oscuridad, la humedad, la estrechez; el interior.
El
afuera es un lugar tan vasto que siempre escapa a todo intento de definición. He
procurado durante un tiempo moverme con cierto sentido, pero donde nada hay,
donde todo es lo mismo, son absurdos los rumbos. Cansado de seguir una dirección
determinada, he optado por dejarme llevar, tal como parece que hacen los seres
que revolotean. Para no perderme, he inventado el concepto de puntos de
referencia; pero el único que conozco es el del interior, que aún puedo ver, y
sentir, en la distancia.
Es
algo más que percibir eso de “sentir”. Es verdad que capto la presencia del
lugar del que procedo, mi viejo mundo, mi hogar… Pero, conforme pasa el tiempo,
crece en mí una sensación como de ausencia, de vacío reciente, de falta. Si de
pronto perdiese mi referencia, creo que dejaría de errar sin más y emprendería
la búsqueda. ¿Es eso lo que buscan los seres que revolotean? ¿Su hogar?
He
encontrado ya varios de ellos en el suelo, sorprendentemente inmóviles. La
primera vez me asusté tanto que me quedé parado en la distancia, sin atreverme
a mover ni un solo miembro. La rareza me aterra. Aquél ser había sido para mí apenas
un objeto en el aire, un ser de otra dimensión, pues provengo de un mundo donde
no existe la altura y mi hábitat es el suelo; y jamás había sabido de alguno
tanto tiempo detenido. ¡Quedé paralizado! En un momento imaginé que había
descendido de las alturas para devorarme y que esperaba inmóvil, acechante, que
me acercara a él para saltar sobre mí. Tanto me aterra la rareza. Descubrir que
un ser que hasta ese instante era para mí un habitante de las alturas podía
también desenvolverse por la misma superficie por donde me movía yo me generaba
un terror epistemológico, un miedo como de atrocidad; me resultaba, para ser
claro, una aberración. Lo mismo puedo decir de su inmovilidad.
Pasamos
un tiempo así, los dos parados, frente a frente aunque a lo lejos. Fue entonces
cuando descubrí el último de mis miedos y el pobre estado de aquella criatura.
Es curioso, porque hasta ese instante en que movido por cierta intuición me
acerqué a aquél ser excepcional, el hedor de la humedad siempre me había
parecido el olor de la vida. En ése preciso instante descubrí que también era
el de la muerte, y descubrí también la muerte misma.
Desde
entonces entiendo por qué se esconden los pequeños seres de las distancias. En
aquella inmovilidad había algo natural, pero a su vez aterrador. Cómo es
posible que lo natural, y por ello necesario, nos aterre, es algo que escapa a
mi impotente comprensión. De lo único que estoy seguro es que quiero volver al
interior, donde no existía la muerte, y donde no caben los inconmensurables
seres cuyas pisadas siento en el suelo. No los veo; permanecen, incomprensiblemente,
más allá de la vastedad. Cómo es eso posible también lo ignoro y prefiero
seguir ignorándolo, porque el afuera es cada instante más revelador pero al
mismo tiempo más terrible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario