La mente pergeñó un ser aterrador que se alimentaba de universos, como un Pantagruel trascendental o metauniversal, un gigante inconcebible e imposible que flota o se arrastra o nada (de eso) por el mar inocuo allende el horizonte, el último confín; fuera de la esfera, el globo universal. Lo pergeña aún cogiendo universos con sus manos metafísicas, incorpóreas o supracorpóreas, levantando o bajando o penetrando con ellos sus fauces abismales y engullendo cual caníbal agujero negro. Mofletes nebulosos y metafísicos como de niño rollizo, como de niño cebado con teléfonos móviles, tabletas, partidos de fútbol, videojuegos de guerra y pornografía por unos padres imbéciles, actores pornográficos del sistema económico metafísico (no olvidemos) en que impostan 1001 posturas allende incluso el Kamasutra. Mofletes nebulosos. Regurgitar lácteo. Un ser aterrador que se alimenta de universos.
La mente.
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