jueves, 19 de enero de 2012

El fado del silencio.

 Imagen estraída de: http://kinder-music.blogspot.com/2011/02/john-cage-y-su-433-minutos-de-silencio.html

Hace tres noches ya que escuché el silencio.
Fue a mi oído derecho, no sé si por una razón que se me escapa o como simple pincelada indiferente de la diosa del azar. Pero me cantaba. Silente, cómo no. Apenas el susurro lejano de un mar de otro tiempo; caracola cámbrica afónica por la eternidad que nos separa.
Y al poco empecé a verlo. Era mar, como escuché. También silente, cómo no. Muda misiva inquilina de una botella errante. Como el pentagrama en blanco fruto de un compositor turbado.
¿Y qué fue Dios, sino un compositor turbado? Jamás mojó la pluma en el tintero. Caminó pensativo por su vergel radiante, empachado de perfección y seguro hastiado de su soledad eterna, hasta que tuvo un pálpito creativo. Mandó a los ángeles traer tinta, papel y pluma y con su tardanza debió de impacientarse la musa, que allí plantado lo dejó.
En la bastedad infinita de la eternidad, un instante cualquiera es igual a nada. El tiempo, el espacio, nosotros; papel en blanco en manos de una impotente omnipotencia. Eso fuimos. Eso somos: no ser.
Y de su creación, solo un ser lo sabe. Y, por saberlo, es tanto el más sabio como el más humilde.
El silencio. Quien me lo dijo.

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