miércoles, 25 de enero de 2012

La flor del yermo es una calavera sobre un prado.

Llegado un día un hombre soñó un prado, y en él la florida primavera bailar al son de las campanadas del mediodía. Aquel prado de aquella primavera fue su ideología y una rosa amarilla erigida en el cielo, su ídolo.

Llegada una noche un hombre soñó un yermo y en él el polvo de la muerte bailar al son de las campanadas de la medianoche. Aquel yermo de aquel invierno fue su pesadilla y las cenizas de una calavera, su obsesión.

Pero un día ambos estares se encontraron. Entonces aquel yermo de aquel invierno desenvainó su desastre y acometió contra aquel prado de aquella primavera, que interpuso el Sol entre el caos y su existencia para deshacer la ofensiva.

Un hombre perdió su pesantez y, elevado sobre el mundo, vio el absurdo y ordenó que bailaran. Entonces ambos obedecieron y danzaron hasta fusionarse y separarse intermitentemente, siendo formas nuevas y repetidas.

Un hombre, que es cualquiera, tuvo alguna vez dos sueños separados en el tiempo que fueron uno alguna vez, porque un hombre, que es cualquiera, es un fluido dinámico en el que nada es absoluto y toda ilusión de lo absolto, mezcolanza. Porque un hombre, en tanto que fluido, es nada.

2 comentarios:

  1. Algún día, serás un gran escritor.

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  2. Quizá el día de mi muerte. Aunque lo lógico es que el día de mi muerte sea el más próximo al que tú dices, pero no exactamente el que tú dices.
    Un beso.

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