En atípico invierno también amanece.
Lo sabe el gallo, que sonroja al cielo ya desnudo de estrellas. También los viejos, que componen las aceras con románticos versos.
Entonces, orondo, el artista se descubre y viste los árboles con traje de luces. A ellos van casuales, ensoñados, los pájaros como pañolada que pide rabo y dos orejas.
Cuando llego yo, absorto, quiero concederlas, y ser ellos, y ser los árboles, y el gallo, y su canto, y hasta el verso de los viejos. Quiero serlo todo y para todo y fundirme en la eternidad de un instante.
Pronto una ninfa me lleva al sensual baile de brisas y olores, de notas y colores. Me embriaga la vida hasta el éxtasis. El tiempo abandona mi mano y me pierdo en la volputusidad. De repente, el Sol se erige y aniquila las sombras.
En atípico invierno también atardece.
Éste es de los mejores que has escrito. Está lleno de vida, y en el sentido pleno del concepto de "vida". Dan ganas de comerse el mundo.
ResponderEliminarGracias. O que te coma ella a ti.
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