domingo, 17 de julio de 2022

El cabrón de El Figura

 Solía llamar "demonios" a las fantasías y "fantasmas" a los recuerdos. Huelga decir que con esos nombres se refería a pensamientos que entonces, y todavía en algunas ocasiones, le resultaban terribles (no voy a poner ningún ejemplo por no provocar, precisamente, alguna de éstas).

Siguiendo con la metáfora, se volvía loco por exorcizarlos. Bebía, fumaba, gritaba, cantaba, escuchaba música al máximo volumen, corría con el coche. Con todo ello no hacía únicamente por conjurar aquellas epifanías; también invocaba la muerte (todavía, en noches como esta, sigue por inercia algunos pasos de aquella ceremonia: mirando la penumbra de más allá y más acá del alféizar, consume un cigarrillo tras otro). Hoy, con todo, ha dejado de intentarlo. Ya no espera que los demonios regresen al Infierno, los fantasmas descansen o la muerte le alivie. Los primeros parecen haberse aburrido de jugar con él; los segundos se han hecho sus amigos y la tercera, sin más, no es una opción. 

No obstante, sus rescoldos, su eco, su sombra, aún perduran. No lo lamenta. Y si, por un lado, lo hace, por otro también lo agradece. El mal, como es sabido, es un contrapunto necesario para el bien. 

Hoy mira, sobre todo a los fantasmas, como un asesino sanguinario a su víctima: ceño fruncido, feroz mirada y sonrisa de chacal. Cada vez que vuelven a rondarle con su aliento frío y su ulular los observa malicioso desde el sendero y espera que se acerquen. A veces se relaja y los acaricia como a lobos curiosos. 

No sé quién ha cambiado más, si ellos o El Figura. Tengo la impresión de que ahora, por contra, el cabrón es él. El demonio, el fantasma, la muerte. A veces parece preguntar: "¿Dónde habita cada uno, que los perturbe...?"

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