miércoles, 8 de junio de 2022

Puntos de fuga.

Entre rincones de cuadros antiguos busca El Figura (postrado en la cama de cansancio) no se sabe bien si la tregua, el asueto o el olvido. 

A menudo se detiene en prodigios hechos como de luz o de sombra; a menudo en miradas con más verdad que otras reales. Por ejemplo: el aura resplandeciente de un hombre que pasó por delante del pintor (¿o acaso éste lo imaginara?) una singular mañana soleada en una plaza de Ámsterdam; o los ojos perfilados de un autorretrato unos años después. 

En medio de la búsqueda se despliega, de pronto, un pensamiento (nada nuevo) en El Figura: esa luz y esa mirada, así como otros gestos y posturas, ya no están. Tampoco estarán él, ni sus fantasmas ("con el paso de los eones incluso la misma muerte puede morir"), ni sus demonios. Habrá acabado, como ya acabó aquel otro, el teatrillo de marionetas del que forma parte. 

Entonces se recrea en esas capturas de momentos muertos, deleitándose en la noción de que en ellos aún no existían sus fantasmas ni los cuerpos que los precedieron. No se habían conjurado los ominosos hechizos, ni maldecido las historias, ni aparecido los demonios. Y desea quedarse allí, entonces; donde y cuando todo estaba aún, lejanamente, por pasar. 

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