Fiera química
Que olvidar quisiera
Las reglas del talante
Para ebria cantar
De ascua y arena
A la noche y la luna
La tonadilla inquieta
Del magiar sueño
domingo, 30 de diciembre de 2018
Sol Antiguo
Desvelando baila la niebla al alba
Sabor añejo y aromas de arena
Un alma al filo, misteriosa y malva
Y una caricia al aire de sirena
Sabor añejo y aromas de arena
Un alma al filo, misteriosa y malva
Y una caricia al aire de sirena
jueves, 27 de diciembre de 2018
Mañanas de naufragio
Regreso inquieto de la noche
Que en el espejo del sueño se repite
En sábanas de arena y hiel
Y el crepitar de la hoguera que no muere
Oigo en el corazón quemado
Mas entro en el frío de la dulce tregua
A lavar mis pies y componer
La facha triste del hábito
Del supuesto caballero que me aguanta
Que en el espejo del sueño se repite
En sábanas de arena y hiel
Y el crepitar de la hoguera que no muere
Oigo en el corazón quemado
Mas entro en el frío de la dulce tregua
A lavar mis pies y componer
La facha triste del hábito
Del supuesto caballero que me aguanta
martes, 27 de noviembre de 2018
Un encuentro
Tenía el cabello castaño y le caía medio largo y ondulado sobre la frente y la nuca. Vestía malamente, como casual, una chaqueta de poco lustre azul marino sobre una camisa vieja, de mismo color aunque de tono más claro. Unos vaqueros estándar terminaban de componer su figura, espigada y triste, como de gitano emancipado. Apareció sin más y sin yo dar cuenta de ello, y tras dejar su bandolera en el suelo y retocar un tanto las cuerdas de su guitarra, comenzó a tañirla. Fue entonces cuando reparé en él, hasta entonces sumido yo en mis pensamientos, cada vez más turbios por el vermouth y acaso también el cansancio. Tocó algo flamenco, no sé qué, y pensé que así terminaba de componer la estampa típica que estaban tratando de presenciar los distintas familias y parejas de anglosajones que tenía ante mi, sentados en la primera línea de playa del forzado chiringuito en que me hallaba. No todos, pero algunos le prestaron merecida atención, y aún respeto. No era ningún prodigio, o al menos no me lo pareció, pero a ellos les terminó de decorar la postal que acaso esperaban o habían esperado, y a mí me agradó, gustando como hago de este estilo, aunque tan artificioso, tan nuestro, y recordándome cuánto, al estar lejos y casualmente en la tierra de mis acompañantes, había echado yo de menos mi patria, hoy tan denostada por unos, y ensuciada por otros. No esa patria rojigualda, de escudos y coronas, de águilas negras; tampoco la de púrpura republicano, memorias de postín y cuentas pendientes; sino la patria madre, lo que en el fondo somos; la tierra, las raíces, los paisajes que veo pasar cuando voy en el tren, esta línea de playa, los dejes, y el largo etcétera. También el chico que tañía su guitarra, honesto y servicial, viniera de donde viniese, hubiera hecho lo que hubiese hecho y votara a quien votase. En un momento dado dejó de tocar, recogió sus cosas y pasó mesa por mesa, solícito pero educado, con una hoja doblada en forma cóncava, probando suerte. Cuando llegó a la mía le pregunté por la última pieza, que conocía pero cuyo nombre había olvidado, y mantuvimos una corta conversación al respecto. No logré ubicar su acento, aunque sin duda era español. Al dejarle las monedas que le di, agradecido por su música, vi que el recipiente venía vacío. Desapareció, tal como había llegado, respetuoso y discreto. Cuando me preguntaba cuál sería su próximo destino, escuché sus arpegios sonando en el bar de al lado, con los el buen hombre trataba de seguir ganándose su jornal, como hacemos todos. Luego dejé de escucharle, y así terminó de desvanecerse, y su ausencia dio paso a la música de los altavoces y al ir venir de anónimos por el paseo de la playa, recortándose sobre el mar, como los créditos de una película acabada.
miércoles, 26 de septiembre de 2018
El Primero
Viajó por Bohemia, Arabia, los Andes /
Como nosotros pisamos hoy el país de una nación que todavía no existe /
Sin saberlo /
Bebió de un río que ya no está /
la eterna agua que hoy nos fluye
Se batió contra la fiereza insoportable /
De monstruos que hoy solo campan los sueños /
Amó /
Parientes fantásticos que hoy solo intuimos /
Al calor de la llama que resurge /
Danzó al son de canciones olvidadas de compases extintos /
Miró el mismo Sol, y también la Luna y las estrellas /
Y acaso engendrara /
Los subterráneos arquetipos /
Que componen el mundo
Como nosotros pisamos hoy el país de una nación que todavía no existe /
Sin saberlo /
Bebió de un río que ya no está /
la eterna agua que hoy nos fluye
Se batió contra la fiereza insoportable /
De monstruos que hoy solo campan los sueños /
Amó /
Parientes fantásticos que hoy solo intuimos /
Al calor de la llama que resurge /
Danzó al son de canciones olvidadas de compases extintos /
Miró el mismo Sol, y también la Luna y las estrellas /
Y acaso engendrara /
Los subterráneos arquetipos /
Que componen el mundo
miércoles, 22 de agosto de 2018
La rueda de Londres
Hacía falta, todavía lo hace, un momento para respirar, para detenerme y dejar que todos los nervios crispados se adormecieran, y así la vida volviera a correr suave y libre dentro; sentir otra vez, ojalá para siempre, la gasa cálida y reconfortante que es estar, simplemente, tranquilo.
No pensaba en esto cuando entré al baño, pero acaso inconscientemente lo presentía. Iluminaba la estancia, a malas penas, una luz tenue y rojiza como de atardecer, emitida tristemente por un tubo de luz artificial. Fue entonces cuando sentí todo esto, imaginándome en el crepúsculo de una playa cualquiera, muy lejos de todo este trasiego inmisericorde que me trilla como una máquina de labrar y me deja el alma hecha jirones.
Me giré dispuesto a salir, planteándomelo todo, de nuevo a la vorágine insaciable de la sociedad occidental, y entonces, aún soñando, vi una pegatina dorada sobre el ojo de buey de la puerta del baño. Me pregunté, a pesar de mi ateísmo, si no sería Dios.
Pronto recibí, desgraciadamente, la llamada de la bestia, el rugir del gran tornado de nuestro mundo, como advirtiéndome de que aunque Dios, acaso, esté en los detalles, a vista de pájaro el mundo es una enorme espiral, una galaxia que se devora a sí misma desde su centro, arrastrando cada uno de sus seres, vivos, muertos, inertes, al abismo insondable. De nuevo la sombra se cernió sobre mí, y los carbunclos mitigados volvieron a hacer ascuas, y la llama resurgió de sus propias cenizas, y mi alma tornó a ser una hoguera donde arde mi existencia.
A pesar de todo no olvidé lo que había visto, aquella pegatina dorada con símbolos hindúes sobre el ojo de buey de un baño público de Londres, y al volver al hotel salí a la calle para refugiarme en cada esquina, cada rincón, y encontré otra vez un pequeño solaz en las formas y colores de la vida; en cada particularidad, cada relieve, de la cosa, como si el universo, por lo general tan bruto, me estuviera dando fuerzas al más puro estilo Dragon Ball desde cada uno de sus poros; aunque verdaderamente lo que pienso es que mi alma era la que estaba, ávida de vida, absorbiendo cada detalle interpretándolo como un descanso, un placer, del que nutrirse y regenerarse.
Son necesarios, cada día, estos asuetos.
Son necesarios, cada día, estos asuetos.
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