Puede decirse que dentro somos espacio. Quiero decir en la mente, en el alma. Ignoro los detalles concretos del mío, cómo se desarrolla ese espacio; y hasta el relieve más o menos general. Aunque sí conozco alguno: pozos hondos y oscuros, cegados por el tiempo o por el alcohol; y remolinos de aguas profundas. Hay también un tiovivo, un carrusel, donde me subo de vez en cuando y no consigo bajar.
Mi alma está infestada de rincones perversos. No puedo vagar tranquilamente por la vida; si me descuido, caigo. Hay espacios más sólidos; praderas de cuento, pistas de baile, playas en verano. Mi paisaje es la sabana africana, con sus días y sus noches, agujereada aquí y allá por madrigueras donde habitan miedos, y reflejada por un lago inmenso donde acechan sirenas que giran. No quiero jugar más.
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