El Sol era yo recordando y la niebla entonces invisible la refracción de los saltos espacio-temporales. Los rayos anamnésicos descubrían despacio, como si se tratara de un velo de encaje de seda, la ciudad ignorada, y mi avatar ignorante escuchaba por rutina la exposición de una guía de medias guedejas, suavizadas por una loción a-espacio-temporal, que no tenía rostro.
-Su verdadero nombre es Lalándalus-Lalándalus.
Pero fuera se desconoce. En ese momento el velo descubría, acelerado por un brillo palpitante, un corazón lacrimoso, una cebolla de la sonrisa, una Mano de Fátima hallada por un alienado cazatesoros.
Ahora el Sol ilumina sólo su relucir a través de una celosía de zarzas y maderselvas, un camino jalonado por luengos escalones de húmeda grava y la guía asombrada por mis saetas. Bajo el ramaje cerrado, en la sombra, queda el olvido, y, detrás, la anónima maravilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario