domingo, 9 de junio de 2013

evolutio

Llevaba años perdiéndose completamente cada noche, sentado frente al monitor, o encorvado sobre una hoja, o tumbado sobre una cama de latidos inquietantes, o en las palabras presentes de una flor distante, una amapola, que podía oler y que anhelaba, hasta que llegó aquella noche en que descubrió que cada vez que se miraba en el espejo veía, en el fondo de sus ojos, los suyos, como las semillas grises mojadas por el brillo del amor de Dios, de la Gracia, mirándole desde dentro, germinando. Y él se sentía feliz en esa simbiosis, con ese implante de alma, con esa incursión de la vida en la suya, aunque supiera que seguía perdido, en otro mar, en otro bosque, pero perdido igual. Creía que en esos extravíos estaba desaprovechando la oportunidad de formarse un poco más, de mirar por los demás, y de aprovechar las últimas horas antes del examen cuatrimestral, pero le daba igual; una mezcla de desidia y embriaguez, un cóctel de noche; y él sabía que vivía, y que "nunca el tiempo es perdido", y que vale más el amor dado que una clase magistral de Latín o lo que fuera.

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