martes, 8 de enero de 2013

Pro Eros

De la mente de un aristócrata desprestigiado, en lo que se temía el nuevo ocaso, y acaso lo fuera, de una humanidad reincidente afloró ésta en su forma más hermosa. Platón escuchó al presupuesto Sócrates, le lloró, y recorrió media Hélade y algo más para descubrir a los hombres el fuego de Prometeo. La naturaleza parecía tener una estructura a los ojos helenos, y las Matemáticas fijaron semejanzas universales que explicaban las relaciones evidentes del mundo. Pero Sócrates había muerto como consecuencia del vicio de la elocuencia, y la posesión del gobierno debido a la buena posición mercantil o militar actuaba en semejanza con el caos del que cualquier cosa, hasta la injusta muerte de un nuevo Sócrates, podía salir. Si la naturaleza funcionaba en armonía, justicia y belleza en base a unas leyes, ¿por qué no la polis?
Y si el fuego desvelado quemaba al tacto y deslumbraba a los ojos, la partera que fuera Platón se convirtió en criador y de sus palabras creció la mente, por oposición, del culminante Aristóteles. Con el cálamo trazó el horizonte y, a través de un denso entramado léxico, lo significó en belleza, amistad o justicia.
Establecida la lógica como útil para hallar la verdad, para alcanzarla, para identificarnos con ella, para crecer con ella y vivir en conveniencia, y establecido el amor como motor, como causa final, como fin; evidenciada la impresionante belleza de tal empresa, ¿qué nos queda sino avivar la llama? ¿Qué nos queda sino amar?

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