viernes, 3 de febrero de 2012

El visor

 Chicos en la playa, Joaquín Sorolla. Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Joaqu%C3%ADn_Sorolla_002.jpg

Parecemos ser dos, aunque en el fondo creo que somos más. Sea como fuere, si dos o en adelante, ansiamos el todo con la avidez de una manada de lobos hambrientos. Quizá alguno más que otro, pero algo tan obvio resulta redundancia retórica.
Aunque por mal vicio cavilamos hasta la obsesión, somos de esos a los que una simplicidad renuente con el hábito les parece un milagro divino. Quizá por eso los dos (o los que seamos) amemos tan enajenadamente la espontaneidad de un suceso inesperado, tanto, que nos engañamos a conciencia trazando planes sin sentido que de ningún modo puedan cumplirse y den, con sus fracasos, en una situación impresionista; o nos dejamos llevar por el oleaje circunstancial hasta tener que decidir qué rumbo seguir en adelante. Nunca fallamos. En todo bar hay siempre una servilleta donde poder urdir un plan improvisadamente. Y en toda calle un espacio donde entonar palabras que evoquen la ilusión de un futuro contingente. Así empezó todo.
Se propuso como destino posible un lugar decapitado. Quizá la ausencia de competencia hizo que decidiéramos tácitamente ir allí. La travesía, que tuvo que ser en tren, se dio por una vía que bordeaba la costa en la que crecimos los dos (o los que fuéramos). Ella cantaba aficionada bajo un baño de Sol; a nuestros oídos llegaban los destellos atemporales que entonaba; en nuestros ojos, pasados por espejos, se reflejaban detenidamente presumiendo de brillantez. Casi lloramos.
La estación donde bajamos quedaba sobre una colina que, suave, descendía hasta taparse con la mar. Hasta ella quedaba un entramado amalgama de calles que no dudamos en beber. El paseo nos dio un lienzo sobre el cual pegamos recortes de otros lugares, como reminiscencia de un cubismo surrealista. Pasado un tiempo llegamos a un pasillo de bancos y palmeras. Allí quedamos absortos en el dialogo que evocaba el cosmopolitismo de una ciudad turística. Nos parecía como si Europa no fuera solo una idea.
Por un desvío a la izquierda descendimos hasta las frías dunas de la playa invernal, donde grupos de jubilados hacían ejercicio o tomaban los rayos de un Sol rezagado. Nosotros nos tumbamos entre la mar y la barrera de granito sobre la cual desfilaban las palmeras y la personificación de Europa. En irregular vicisitud, el silencio se dormía por la nana de un diálogo casual para más tarde despertarse por el sueño de un posible cuadro de Sorolla.
Caminamos, esa vez también fisicamente. Después de cierto tiempo llegamos a los pies de una enorme peña bautizada que subimos conducidos por la intuición. Arriba, bajo el cielo, encontramos el visor. El visor era un lugar y un momento en el espacio y en el tiempo donde y cuando veíamos. Y vimos la mar, y la amamos tanto como a las demás (y esta nos ignoró tanto como aquellas). En su embaucadora belleza nos perdimos por horas y, ensoñados, perdimos la noción de la realidad.
Ya después, de vuelta, olvidados de todo por el cansancio, la banalidad se sentó con nosotros y nos hizo pasar un buen rato. Pero nada como la mar hinchada por la altura. Nada como un horizonte que nos huya. Nada como la lucha entre los párpados y el Sol, como el olor a salitre, el vértigo bajo el pecho. Nada como pararse a ver.

3 comentarios:

  1. "Aunque por mal vicio cavilamos hasta la obsesión, somos de esos a los que una simplicidad renuente con el hábito les parece un milagro divino. Quizá por eso los dos (o los que seamos) amemos tan enajenadamente la espontaneidad de un suceso inesperado, tanto, que nos engañamos a conciencia trazando planes sin sentido que de ningún modo puedan cumplirse y den, con sus fracasos, en una situación impresionista; o nos dejamos llevar por el oleaje circunstancial hasta tener que decidir qué rumbo seguir en adelante." Una definición clara, me siento parte de ella.

    Un buen cuadro para este texto. Sin duda viviste esa escapada con todos los sentidos muy abiertos. Ojalá se viviera de escapadas así, más de vez en cuando, aunque quizás no se las apreciara tanto entonces. Así somos los seres humanos, nos cuesta una vida saber apreciar las cosas y más si las tenemos delante o creemos que las tendremos en un futuro próximo. Ojalá todas las personas viviesen, únicamente, viviendo.

    Gracias.

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  2. Gracias a ti.

    Y el caso es que parece que nunca terminemos de aprender, al menos en mi caso. Todo parece muy claro cuando estás en un lugar y en un momento concreto con todos tus sentidos en plena actividad. Piensas: joder, si es que la vida está ahí, en cualquier esquina de cualquier rincón. Pero esta reflexión, nacida de la sorpresa, es la prueba de que eso se nos olvida constantemente. Alguien me dijo una vez que la mirada era algo que se tenía que trabajar; que hay que enseñarse a mirar. Toda una prueba de disciplina para un ser desidioso como yo.
    Un beso.

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  3. Nunca dejamos ni dejaremos de aprender. Sí, exacto, esa reflexión nos indica que nos olvidamos, en tantísimas ocasiones, de ver la vida. La vida englobando todos lo que ella nos proporciona. Quien te dijo aquello, tenía mucha razón. Aprender a mirar y no sólo ver. Aprender a escuchar y no lo sólo oír.

    Mantente en estima, no eres desidioso. Lo contrario a ello.

    Un beso.

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