lunes, 30 de enero de 2012

Sueño compartido de un puente

 Pintura de Jackson Pollock. Disponible en: http://mezcolanzas.wordpress.com/2011/02/08/jackson-pollock/

Sin paraguas, la lluvia artificial me atraviesa en ceremonia rutinaria. Los automatismos interiores, expresados en lo visible por multitud de relojes y máquinas de vapor, ignoran más si cabe la inminencia de su nueva derrota.
Tan pronto como el son del agua penetra por mi columna, las hormonas sacan a bailar neuronas y comienza la vida, donde los colores y los sonidos trazan formas con capricho. Calla el daimon, se apagan las velas y cesa el ritmo de la tuna. En la 'caída' de la memoria los relojes se derriten. Los números se voltean en danzas callejeras. Solo existe el fenómeno; el frente y su dinámica. Ni antes, ni ahora ni después; ni aquí, ni allí, ni allá. Ni cuándo ni dónde. Sensación.
Anaxágoras lo pensó; Borges lo escribió; Pollock lo pintó. Los tres lo soñaron.
El universo en un instante. El universo en un punto.
El aleph.

viernes, 27 de enero de 2012

Capicúa

 Detalle del Infierno de la obra "Jardín de las Delicias", de El Bosco. Disponible en:https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi37g66BobK-31rsfC__ciG4aI4mT8KuBgeVMXuM_ANXILua7A9nkkrYbdCz1goeq8aSi3u21Wm6TuG-HuXZ7hPIQgQsnN6WPrDrH1RAaKsp31C9dtuBwUCJ3-3yucDGHNwAuXEr7RAzTtx/s1600/El+Bosco-Jardin+Delicias-Infierno.jpg

Atrás el Gran Pórtico, franqueado ya el umbral con permiso excepcional de San Pedro, un hombre se plantó frente a Dios. Éste, cuya esencia omnipotente, omnipresente y omnisciente debe ser obviada por las exigencias narrativas, alzó la vista de todo y le vio llegar, con su paso artificial, con su mirada vuelta hacia sí, con su alma más que etérea. Debía ser rechoncho, con tez rosada y el pelo corto con claros más allá de la frente, aunque yo no lo sé mejor que Dios, que, además de saberlo todo, lo vio llegar y plantarse enfrente, una vez más.
-Ah, tú otra vez -dijo, como si realmente le hubiese sorprendido, con una voz envolvente que manaba de las profundidades de la eternidad.
Un hombre frunció el ceño.
-¿Otra vez? No, debe usted de haberme confundido con otro.
-No importa. Habla.
-Verá, resulta que estaba yo allá abajo, ya sabe, en la Tierra, en la vida, y, tras un enorme error que cometí…
-Tienes al de abajo frotándose las manos –interrumpió Él divertido.
-Sí, bueno… -un hombre titubeó- Como le iba diciendo, hice algo que no debía haber hecho, pero lo hice por desconocimiento, por ignorancia; si hubiese sabido lo que pasaría después de hacerlo, ¡demonios! –un hombre se avergonzó y sus mejillas se tiñeron de un color rosáceo- ¡Oh, perdón! Qué falta de respeto… -al fin se recobró y se dispuso a proseguir- Bueno, como le decía, si hubiera sabido de antemano lo que más tarde pasaría… En fin, ya sabe, no lo hubiera hecho. -Dios le miró fijamente, invitándolo sutilmente a que continuara con su retaíla de imprecisiones repetitivas- Así que, tras cavilar durante mucho tiempo sobre ello, llegué a la conclusión de que, si las personas cometemos errores, no es por malicia, sino por desconocimiento. Y se nos pena con el castigo eterno y los tropiezos vitales, como si fuésemos culpables de nuestra ignorancia…
Llegado a tal punto, con más nerviosismo que decisión, un hombre miró por primera a vez a Dios a los dos pozos sin fondo que son sus ojos y prosiguió:
-¡Y usted lo sabe todo! Es decir, usted es omnisciente ¿no? Usted sabe lo que va a pasar siempre y, aún así, nos deja a la merced de nuestra ceguera y nos culpa de chocar contra la pared. –el tono de un hombre había ido subiendo a medida que fue argumentando, emocionado por su propio discurso- ¡Eso es injusto! ¡Es usted un insensible, y un...!
Un hombre miraba fijamente a Dios con el rostro enrojecido. Dios le mantenía la mirada, impasible, con la misma expresión de superioridad y diversión que mantuvo durante toda la exposición. Un hombre sintió desvanecerse sus impulsos de valentía conforme fueron pasando los segundos y poco a poco volvió a cobrar conciencia de dónde estaba y con quién estaba debatiendo. Una sensación de terror y arrepentimiento amenazó con colmarle, pero reunió fuerzas como jamás había sabido que podía y mantuvo cierta calma. Finalmente, tras lo que hubieran sido unos minutos de existir el tiempo más allá del firmamento, Dios habló:
-Oh, cuánta razón tienes. Durante toda esta eternidad he sido un mal padre que ha dejado caer una y otra vez sobre el barro a sus propios hijos. ¡Qué pensaría el mío si aún me viese! Pero juro solemnemente por mí que pienso cambiar. De ahora en adelante, seré un buen Dios y erradicaré todo el mal que haya sobre y bajo el Cielo –un hombre no daba crédito a lo que estaba escuchando. Su rostro estaba pálido, y ni sus párpados ni su boca daban más de sí-. Y empezaré mi enmienda contigo. Dime ¿qué puedo hacer por ti?
Un hombre abrió la boca pero fue en vano, pues de ella no salió ni una palabra. Estaba atónito, no podía creer lo que acababa de escuchar. Después, haciendo gala de su recién descubierta templanza, volvió en sí y dijo:
-Pues, mire, ya que lo dice, creo que lo más justo para mí sería que me dejara repetir mi vida desde el principio exactamente igual, ahora que sé las consecuencias de mis actos.
Dios le observaba con atención. Aquel hombre, tal y como había previsto y supo desde los albores de la existencia, había cambiado su perspectiva sobre la situación; ahora creía ser el claro dominante y tener a Él, al todopoderoso, al omnipotente, a su merced. Se divertía como nunca.
-Muy bien, me parece justo -concluyó.


Miguel siempre había sido el favorito de Él. O al menos eso pensaba. Una vez, o quizá muchas, un ángel se reveló contra Él en defensa de su libertad y su individualidad y Miguel se encargó de que sus vasallos lo expulsaran del Empíreo y lo confinaran en el Infierno, el antiguo proyecto fallido de Dios.
Miguel, que venía de haber estado pensando durante un rato cómo agradar por enésima vez a Dios (ignorando, una vez más, que sin un bocado del fruto del manzano de los jardines del Señor no lograría pensar con racionalidad), lo encontró ríendose a carcajadas en su lecho de nubes.
-Mi señor, perdone mi insolencia, pero no recuerdo haberle visto jamás reír con tal esmero. ¿A qué se debe tanta alegría?
 Dios calló de repente y recobró su expresión neutra e imperturbable.
-¿Alegría? No, Miguel, Dios no siente alegría. Ni miedo. Ni dolor. Dios no siente absolutamente nada.
Un destello de pena, como el brillo de una moneda al fondo de un pozo, como una estrella fugaz, como la vida de un hombre (quién sabe, como una humanidad) se consumió efímero en lo más hondo de sus ojos.
Y hubo un silencio. Acaso nunca hubo otra cosa. Miguel se sintió incómodo y pensó que fue un error haberle preguntado aquello a Él, al todopoderoso, al omnipotente. Dios, quizá compasivo, quizá aburrido de tanto protocolo, decidió contarle a Miguel porqué reía.
-Me has visto reír, Miguel, porque un hombre viene apresurado a mi presencia dispuesto a exigirme una explicación de por qué permito tanto mal y tanto sufrimiento en el mundo si puedo cambiarlo cuando quiera. ¿Tú que opinas, Miguel?
-Que sus designios son inescrutables.
Dios soltó de súbito una carcajada. Todos sus ángeles le parecían un puñado de pusilánimes mentecatos, pero estaba claro que Miguel era el peor de todos. Por eso era su favorito. Seguidamente, continuó:
-Me has visto reír, Miguel, porque el pobre ignorante me exigirá que le de la oportunidad de rehacer su vida de nuevo. ¿Y qué piensas, Miguel? Yo soy un Dios justo y considerado con sus criaturas, de modo que cederé a sus ordenanzas.
En el habla de Dios se dejó notar cierto tono jocoso. Miguel frunció el ceño, confundido.
-Disculpe, Padre, pero no comprendo qué le produce tanta diversión.
Dios guardó silencio. En realidad, Dios solo habló una vez, y fue mientras hubo existencia y por lo que hubo existencia. Entonces, en el incierto y más que dudoso momento de la eternidad en el que Miguel y Dios dialogan, Dios no deja de cantar en ningún momento la barroca melodía del Ser, pero las exigencias de la narración, como ha sucedido durante todo el relato, me obligan a recrear términos como tiempo, silencio, espacio, donde y cuando no los hay. Entre versos, Dios suspira teatralmente y reconsidera si hubiera sido mejor hacer el tiempo finito.
-No recordará nada.

 Pasada una eternidad o al mismo tiempo, que son la misma cosa, Miguel, que no había comprendido qué le parecía tan gracioso a Él, al omnisciente, resolvió contarle algo que le reconcomía desde hacía un tiempo.
-Padre, ¿recuerda al hermano Lucifer?
Dios le dedicó su atención de nuevo.
-Sí. ¿Qué sucede?
-He oído que piensa "revelarse" ¿Qué quiere decir?

miércoles, 25 de enero de 2012

La flor del yermo es una calavera sobre un prado.

Llegado un día un hombre soñó un prado, y en él la florida primavera bailar al son de las campanadas del mediodía. Aquel prado de aquella primavera fue su ideología y una rosa amarilla erigida en el cielo, su ídolo.

Llegada una noche un hombre soñó un yermo y en él el polvo de la muerte bailar al son de las campanadas de la medianoche. Aquel yermo de aquel invierno fue su pesadilla y las cenizas de una calavera, su obsesión.

Pero un día ambos estares se encontraron. Entonces aquel yermo de aquel invierno desenvainó su desastre y acometió contra aquel prado de aquella primavera, que interpuso el Sol entre el caos y su existencia para deshacer la ofensiva.

Un hombre perdió su pesantez y, elevado sobre el mundo, vio el absurdo y ordenó que bailaran. Entonces ambos obedecieron y danzaron hasta fusionarse y separarse intermitentemente, siendo formas nuevas y repetidas.

Un hombre, que es cualquiera, tuvo alguna vez dos sueños separados en el tiempo que fueron uno alguna vez, porque un hombre, que es cualquiera, es un fluido dinámico en el que nada es absoluto y toda ilusión de lo absolto, mezcolanza. Porque un hombre, en tanto que fluido, es nada.

martes, 24 de enero de 2012

Hoja de papel

 Linkin Park. Requiem. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=p_QApP7jtbU

Haciendo camino en alguna parte el deseo por una paloma sesgó el cielo. Se gestaba entonces el crepúsculo. Veleidoso, mi pensamiento alzó el vuelo y siguió a la paloma para ver el mundo. Para ver. Y por él vi el tiempo, y el epígono que somos, y el que serán nuestros hijos. Vi una huérfana nostalgia romántica por lo medieval cuando no lo era, y vi también, en la distancia de los tiempos, su reencarnación por el hoy cuando ya no lo sea. Vi lo absurdo de una historia tautológica y la necesidad de una conciencia crítica. Clamé al cielo la resurrección de Ortega un domingo cualquiera, pero entonces vi que el cielo era una hoja de papel sesgada por una paloma enajenada. De su herida llovían serpientes como lágrimas. Una vino a caer a mis brazos y me miró a los ojos con dos ópalos que se querían abrir y dar al mundo lo que guardaban tras de sí. Yo curioseé por la hendidura esperando ver las nueve musas y vi un dios asustado por mil soles.
Fue entonces cuando habló la serpiente, pero su voz no salió de su boca sino que llegó de todas partes y de ninguna. Yo supe que esa voz no había sonado porque no podía ser pretérita. Supe que esa voz sonaba en el profundo lago de la existencia desde los albores de la eternidad y que sonaría hasta el atardecer en el que los tiempos descendieran por el horizonte.

-Sólo es la ilusión de un recuerdo. Como la paloma que ha cortado en dos el cielo.

Pero sus ojos no podían mentir con tanta solemnidad como su voz. Enmascarado de lucidez, la dejé caer porque pensé que la serpiente no era más que un mito desfasado. Incrédulo, observé cómo, tras dar con el suelo, se enroscó sobre sí misma y creció hasta formar un hermoso y cetrino manzano. Como en un sueño en el que olvidas de súbito el pasado fui a coger una manzana que saciara un hambre repentina, pero aquel manzano no las daba. Aquel manzano engendraba espejos. Espejos ovalados que reflejaban el panorama surrealista de mi estancia. Espejos ovalados que reflejaban un pensamiento volar errático tras una paloma alienada. Espejos ovalados que reflejaban la visión de la visión de una visión en la que era yo.
Y me vi. De pie, quieto. Y en mi rostro dos ópalos hendidos. Y en ellos, el fuego de mil soles.

sábado, 21 de enero de 2012

Aedea

 Atenea junto a las musas, Frans Floris. Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Frans_Floris_001.jpg

Al principio silencio, y luego su potencia al infinito hasta ser. Como vergel que brota de una sola semilla. Como un mar que emanara de un solo llanto. Como un mundo de un solo Sol. "Como", "como", "como"...
Ya siendo, la existencia sucedería de estar sujeta al tiempo y ocuparía de estar sujeta al espacio; fluría de ser mundana. Como lino trenzado. Como lluvia sobre estanque en calma. Como el viajar caprichoso del humo. "Como, "como", "como"... Algo así.
Como Dios. Algo así debe ser la música.

jueves, 19 de enero de 2012

El fado del silencio.

 Imagen estraída de: http://kinder-music.blogspot.com/2011/02/john-cage-y-su-433-minutos-de-silencio.html

Hace tres noches ya que escuché el silencio.
Fue a mi oído derecho, no sé si por una razón que se me escapa o como simple pincelada indiferente de la diosa del azar. Pero me cantaba. Silente, cómo no. Apenas el susurro lejano de un mar de otro tiempo; caracola cámbrica afónica por la eternidad que nos separa.
Y al poco empecé a verlo. Era mar, como escuché. También silente, cómo no. Muda misiva inquilina de una botella errante. Como el pentagrama en blanco fruto de un compositor turbado.
¿Y qué fue Dios, sino un compositor turbado? Jamás mojó la pluma en el tintero. Caminó pensativo por su vergel radiante, empachado de perfección y seguro hastiado de su soledad eterna, hasta que tuvo un pálpito creativo. Mandó a los ángeles traer tinta, papel y pluma y con su tardanza debió de impacientarse la musa, que allí plantado lo dejó.
En la bastedad infinita de la eternidad, un instante cualquiera es igual a nada. El tiempo, el espacio, nosotros; papel en blanco en manos de una impotente omnipotencia. Eso fuimos. Eso somos: no ser.
Y de su creación, solo un ser lo sabe. Y, por saberlo, es tanto el más sabio como el más humilde.
El silencio. Quien me lo dijo.

martes, 17 de enero de 2012

El beso de Alba

En atípico invierno también amanece.
Lo sabe el gallo, que sonroja al cielo ya desnudo de estrellas. También los viejos, que componen las aceras con románticos versos.
Entonces, orondo, el artista se descubre y viste los árboles con traje de luces. A ellos van casuales, ensoñados, los pájaros como pañolada que pide rabo y dos orejas.
Cuando llego yo, absorto, quiero concederlas, y ser ellos, y ser los árboles, y el gallo, y su canto, y hasta el verso de los viejos. Quiero serlo todo y para todo y fundirme en la eternidad de un instante.
Pronto una ninfa me lleva al sensual baile de brisas y olores, de notas y colores. Me embriaga la vida hasta el éxtasis. El tiempo abandona mi mano y me pierdo en la volputusidad. De repente, el Sol se erige y aniquila las sombras.
En atípico invierno también atardece.