Hay una piscina, y algo más allá, hacia la derecha, un olivo más viejo que yo.
Más viejo que yo... me ha visto crecer desde las alturas. Cómo me caía con la bicicleta, cómo pateaba los escombros de la vieja piscina, cómo peinaba los perros en la víspera de su ficticia boda; cómo reía, cantaba e imaginaba con mi inseparable compañera de viajes, ambos medio en cueros, apenas tapando nuestras (todavía sin serlo) vergüenzas con un llamativo slip de verano...
El pasado me asalta desde la sombra de aquel olivo y se me tira al cuello, causándome este nudo que aún me dura. Pero no viene solo. No viene solo... a su lado, un montaje, un mísero proyecto de futuro, un amasijo de ideas, sueños y esperanzas rotas camina vacilante y bailoteando sus miembros hacia mi, pero este no para cogerme el cuello, este para exprimirme la cabeza y hacerse un zumo con mis lágrimas, saladas, y saladas porque han de ser algo, y dulce no iba a ser, yo, frió, distante, insensible, inhumano, animal... ¡Sálvame, olivo! ¡Sálvame de mí, tú, que me has visto crecer, que me has visto errar, yerrar, caer y hasta despeñarme cuesta abajo pelando mi piel! ¡Dime qué no he de hacer que mi cerebro ya no recuerda! O, al menos, sigue ahí, vigilante, protector. Ojalá pudiera llevarte a cuestas, ojalá te pudiera echar a mi espalda para decirme qué es bueno y qué es malo, qué tengo que hacer y qué no; ojalá tú supieras cómo volver atrás en el tiempo, a aquellos veranos de juegos y risas inocentes, a aquellos tiempos en los que el mayor traspié era el que te dabas bajando a toda prisa por la empedrada cuesta, engendro de una rambla...
domingo, 31 de julio de 2011
sábado, 30 de julio de 2011
Derecho de veto
Noche novata. El bochorno que me envuelve es insignificante, pasajero. El dolor físico, el cansancio, el relieve del dorso de mi mano, pura superficialidad. La llaga de dentro ahoga el grito de desesperación de mi hueso y sus escoltas, que quedan como simples teloneros de un espectáculo lúgubre, estremecedor y repetido. ¿Segunda sesión? No lo sé, la verdad. Quizá alguna más, pero recuerdo especialmente la anterior. Es como los Simpson, siempre sacas algo nuevo del mismo capítulo cuando lo ves repetido, incluso cuando lo es por enésima vez. ¿Y con qué no? pasa con los libros, las películas, las imágenes, las personas... nada es conocido del todo. Ni siquiera uno mismo. El azar, la ley causa-efecto, cada uno por su lado o en armonía, retuercen nuestra existencia hasta hacernos ser lo que no creíamos ser o hacernos ver lo que no creíamos que pudieramos llegar a ver. Y, aún con todo... hay decisión. Hay un último momento, un punto de inflexión, en el que el "si" o el "no" tan solo están influidos por las circunstancias pero no son decididos por ellas. El "yo", el "uno mismo", el sujeto pensante y actuante, es el rey, el jefe, el dueño del dedo que aprieta el botón. Si cede, a pesar, es que es un mal rey. Es débil. Es manipulable. Es infiel a sí mismo. Querrá morirse...
Ese botón sirve para destruir el entorno. Y el entorno somos nosotros. Yo soy el entorno.
Aprieto el botón y me destruyo a mí.
Soy autodestructivo.
Soy Tihina Spectabilis.
Ese botón sirve para destruir el entorno. Y el entorno somos nosotros. Yo soy el entorno.
Aprieto el botón y me destruyo a mí.
Soy autodestructivo.
Soy Tihina Spectabilis.
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