martes, 26 de julio de 2022

Teseo

Encaramado en una columna Asterión ve, más allá de los muros y del desierto, tres montañas. Están hechas de calima y sueños, pero él no lo sabe. 

En algunas ocasiones se le aparecen cubiertas de fronda; en otras, de arroyos que corren ladera arriba como escaleras mecánicas. Es posible que alguna vez les diera nombres, pero no lo recuerda (lo imagino indicándolas con su oscuro índice derecho, los ojos de negro ónix brillando). 

Embriagado por la visión, Asterión se deja vencer por Morfeo. Su alma descansa, como un estagirita, sobre el capitel de una columna solitaria. 

Cuando el Sol mediterráneo lo devuelve al día, sin embargo, el minotauro se ve tendido en un suelo frío que no soporta ya ninguna columna. 

Tal fue quizá la genialidad de Dédalo: no hay laberinto más irresoluble que aquel que nunca es el mismo. 

Algunas veces, no obstante, cree reconocer patrones: una rampa descendente y dos niveles de escaleras arriba (el laberinto no es plano). Otras intuye que está aproximadamente en unas coordenadas concretas. Hace poco le oí gritar, con su voz ronca y rasgada: "¡Temblad, demonios, el Rey está en el Centro!"

Esta noche, tras un largo rato mirándose en las aguas de una fuente antigua, se ha encendido un cigarrillo. A la luz de la llama he reconocido el mismo brillo de anteriores ocasiones en sus ojos de ónix. Antes de que se consumiera del todo he podido leer en sus labios las siguientes palabras:

"No serás tú quien me lleve a las montañas, Teseo..."




domingo, 17 de julio de 2022

El cabrón de El Figura

 Solía llamar "demonios" a las fantasías y "fantasmas" a los recuerdos. Huelga decir que con esos nombres se refería a pensamientos que entonces, y todavía en algunas ocasiones, le resultaban terribles (no voy a poner ningún ejemplo por no provocar, precisamente, alguna de éstas).

Siguiendo con la metáfora, se volvía loco por exorcizarlos. Bebía, fumaba, gritaba, cantaba, escuchaba música al máximo volumen, corría con el coche. Con todo ello no hacía únicamente por conjurar aquellas epifanías; también invocaba la muerte (todavía, en noches como esta, sigue por inercia algunos pasos de aquella ceremonia: mirando la penumbra de más allá y más acá del alféizar, consume un cigarrillo tras otro). Hoy, con todo, ha dejado de intentarlo. Ya no espera que los demonios regresen al Infierno, los fantasmas descansen o la muerte le alivie. Los primeros parecen haberse aburrido de jugar con él; los segundos se han hecho sus amigos y la tercera, sin más, no es una opción. 

No obstante, sus rescoldos, su eco, su sombra, aún perduran. No lo lamenta. Y si, por un lado, lo hace, por otro también lo agradece. El mal, como es sabido, es un contrapunto necesario para el bien. 

Hoy mira, sobre todo a los fantasmas, como un asesino sanguinario a su víctima: ceño fruncido, feroz mirada y sonrisa de chacal. Cada vez que vuelven a rondarle con su aliento frío y su ulular los observa malicioso desde el sendero y espera que se acerquen. A veces se relaja y los acaricia como a lobos curiosos. 

No sé quién ha cambiado más, si ellos o El Figura. Tengo la impresión de que ahora, por contra, el cabrón es él. El demonio, el fantasma, la muerte. A veces parece preguntar: "¿Dónde habita cada uno, que los perturbe...?"