jueves, 14 de mayo de 2015

El fuego inolvidable

No se me ocurre una metáfora que mejor exprese lo que sufro que la del fuego. Hace mucho tiempo que sucede con más frecuencia e intensidad de lo que hasta entonces era habitual. Un fogonazo me prende dentro y ardo hasta consumirme, hasta que no queda más que el carbón: las cenizas como de Fénix de las que, mejor o peor, resurjo; y algún carbunclo que de vez en cuando palpita. Recientemente ha vuelto la desesperación. Como el Sol o la Luna, como las constelaciones, como los animales en sus migraciones, el demonio gira y reaparece en el extraño oriente del alma. Aguardo su ocaso con seguridad científica, porque ya ha ocurrido antes y porque no hay nada que no vaya a consumirse al final. Como dice Lovecraft: "en el paso de los eones la misma muerte puede morir". Últimamente me importa menos, quizá, que nunca; la muerte. No puede ser que un corazón, por fuerte que sea, aguante los insoportables embates de un monstruo, un demonio, un trauma, un cáncer del alma como el que sufro aguda y desesperadamente. Pobre. Recuerdo cómo pudo empezar. Una tarde de dolor, la metáfora de un pájaro en el alféizar, la hipocondriasis tan esencial como mi piel morena, mis largas pestañas, mis codos deformes. Me dicen y me digo que tengo que apreciarme y vivir con dignidad, pero carezco de ella. Soy una vela que queriendo iluminar ha ardido en un infierno que sí existe. Así que la muerte debe de ser como un cielo de solaz, de fuegos extintos, de mares en calma, de silencio, de quietud. Aunque no sé si últimamente no la temo por eso o porque me resigno a ella como el solitario capitán de un barco que naufraga. No importa, ¿no? Todo se olvida. Todo se quema. ¡Absurdo sin vivir...! Pienso en mi lecho y me desvivo porque sé que añoraré estos tiempos de incendio. No por el fuego, sino por la oportunidad de apagarlo y vivir. Pero, ¿cómo? ¿Sympathy for the devil? ¿Término medio aristotélico? ¿Voluntad? ¿Dejarse llevar? Algunos son compatibles. Quizá si sintiese la zarza de donde proviene. Pero, ¿y si esa zarza soy yo? ¿y si esa zarza es imprescindible? ¿y si estoy condenado al fuego? ¿y si el determinismo acierta y al fuego estoy determinado? Me parecían atroces, maestro, los calvarios infinitos del Inferno dantesco. No sé si llegué a creer que eran imposibles; Cicerón dijo que los dolores, si graves, breves. Yo ardo en el infierno de Swendenborg o de Blake, el personal, y sufro el imposible fuego eterno. No sabéis lo que es. Que Dios os guarde.

domingo, 10 de mayo de 2015

Un niño, una montaña, una valla




Una influencia teleológica me atrae a todos los puntos de la Tierra. Siento, sufro el marchitarse de la vida cuando un lugar envejece en ella; cuando mi vida envejece en un lugar. Uno de los últimos recuerdos que puedo desenterrar cuando excavo en los estratos de mi memoria es el siguiente: un niño mira una montaña por encima de una valla. En ese sentido no he cambiado: el niño soy yo, la montaña es todos los lugares y la valla es esta habitación ascética que me oprime el pecho. En otros pienso que sí; lo quiero creer. Me hiere menos que no lo entiendan; que me condenen, que me insulten. Es sólo su opinión, su forma de vida; tan válida como cualquiera -quizá menos enjundiosa, menos intensa, menos vida ("un placebo"). Me venden comodidad como si fuese la forma suprema de vivir. Lo siento, incluso por mí. Pero no. Al final entiendes y tienes que asumir que hay que elegir y perderte la otra mitad, lo que pudo haber sido. Voy a perderme las infinitas posibilidades que me ofrecéis (¿puedo elegir lo que me está matando?) porque no puedo olvidar el horizonte, los caminos que no he recorrido, las lenguas que no entiendo, los libros que no he leído. Una influencia teleológica me atrae a todos los puntos de la Tierra.