A ti me confieso, pequeño recuadro blanco que siempre estás dispuesto a escucharme. Confieso que he pecado y que, según las leyes de la razón, sigo haciéndolo. Junto a los pecados, confieso que he yerrado, y es incontable en cantidad. A fuerza de hacerlo, descubrí hace no demasiado tiempo que solo la razón y el pensamiento son capaces de guiarnos a todos hacia el camino idóneo. No obstante, con el tiempo el sentimiento le ha vuelto a ganar la partida al razonamiento y ahora hablo desde el calabozo de su palacio. Si por él fuera, me entregaría en cuerpo y alma a lo sentido, daría mis brazos, mis piernas y mi piel por su faro, dejaría atrás cuanto hiciera falta por llegar. Pero el sentimiento es impulsivo y multiforme, es egoista y caprichoso; es, especialmente, descerebrado y, como tal, carente de planes, ideas, orden... Su movimiento es errático; su hacer induce a error. No es el mejor de los líderes, desde luego. Pero es tan potente...
Ahora daría todo, la vida entera, por lo que siento. Es estúpido. Es jodidamente descabellado. Pero... mierda, sé que es así.
Ahora daría el universo por ella.
lunes, 12 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
Pétalos de rosa por hojas de boj.
Un pie hacia adelante. Un paso. La brusca colisión con el suelo, totalmente cubierto de ceniza, polvo y lágrimas, provoca una onda expansiva que se riza hacia el cielo hasta disiparse en el ambiente. El olor es una mezcla entre putrefacción y quemado. La vista... la vista es escalofriante. Antes de cerrar aquel metafórico libro no pensaba que, después de hacerlo, me vería en aquel erial huésped de tanta destrucción. Ignoré, mientras lo leía, que el cerebro humano está preparado para adaptar al hombre a todas las circunstancias y en periodos de tiempo muy cortos, y, por tanto, ignoré que la vuelta a la realidad sería difícil de afrontar, al margen de todas las enseñanzas, de todas las vivencias, de todos los pensamientos. Doy un paseo por el cementerio de esperanzas, amores, buenas acciones, imágenes, promesas... La ceniza ya casi me envuelve; mis pies hacen estragos en la tranquilidad de las capas más superficiales del desierto. De vez en cuando una flecha negra surca los cielos, como si fuera una estrella fugaz, y busca con su puntiaguda cabeza el hueco donde antes tenía mi corazón, olvidando que no estoy en posesión de él desde hace ya bastante tiempo. Aún así, duele; la espalda se arquea, el cuerpo se contrae, la piel se abre y la sangre brota. Y no hay lágrimas, ni maldiciones, ni paredes que golpear; sabido tengo que de nada sirve y que menos lo merezco. ¡Este era mi Edén! ¡Este era mi horizonte, mi ojo derecho, mi vida! ¡Y mi jodida piromanía lo consumió! ¡¿Por qué no se llevó también mi vida?! Me ha tocado cambiar pétalos de rosa por hojas de boj. La estupidez es suma. El arrepentimiento, mi pan.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
La otra
Nunca había respirado así. Recuerdo que lo pensé también en aquel momento, a parte de sentirlo. El aire, cargado de oxígeno y humedad, entraba fluido y poderosamente por las fosas nasales hasta llegar a los pulmones, hinchándolos como si fueran globos. Aquello era la montaña, me dije. "La montaña te da humildad", dijo una vez un sabio. La montaña, que en aquel momento era baja, frondosa y fresca, me estaba enguyendo con sus abruptas sendas y me estaba haciendo ver que allí, en ella, quien mandaba no era yo.
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